Los límites interpretativos de la arqueología es un tema que ha sido debatido a lo largo del desarrollo de esta disciplina, debate que incrementa en la arqueología dedicada al estudio del espacio y del territorio debido a que la conceptuación del espacio y los límites interpretativos que esto contempla son más difíciles de establecer, lo cual se puede denotar en el proceso que se tuvo que cumplir hasta que algunos países admitieran los paisajes como un yacimiento arqueológico, existiendo algunos que aún no lo determinan como tal.
Al igual que en la arqueología, las principales teorías enfrentadas son las producidas por la rama de lo que podríamos llamar una arqueología más tradicional, la Arqueología Funcionalista y la Nueva Arqueología, y la de la Arqueología Post-procesual. Aunque cabe destacar que la Arqueología Funcionalista dio origen a esta disciplina como Arqueología Espacial, también hay que destacar que llegó a un determinismo ambiental, como lo expresaba Karl Butzer: “Considerados a muy largo plazo, los sistemas culturales no son estables ni
homeostáticos, sino dinámicos, porque los cambios estructurales se ven obligados a garantizar la viabilidad e incluso de supervivencia” (Butzer, K., 1989; 10), es decir, interpreta las culturas en términos de adaptación y adaptabilidad. Este componente, en su extremo, llevaba a pensar que “La variabilidad en la estructura territorial constituye una respuesta funcional (minimización de costes/optimización de la eficacia en la obtención de recursos) destinada a procurar la estabilidad” (Diez, 2007; 6), es decir, se llegaba a aplicar la ley del mínimo esfuerzo, lo cual no es una verdad inmutable, ya que podemos observar muchas sociedades, que por su cultura, no explotan el territorio de la forma más rentable, sino de la forma condicionada por la cultura. Esto no cambia considerablemente cuando surge la Nueva Arqueología, ya que, aunque se reconocía la ideología como un factor, la cultura era considerada como un sistema que cambiaba en función de la situación (Binford, 1965; 205), es decir, un sistema fundamentalmente determinado por factores ambientales, donde el factor simbólico era más una consecuencia que un condicionante. Al igual que lo expresan los autores procesuales, yo considero que los humanos impregnamos todos los objetos materiales de cultura, desde elementos más claros como la vestimenta o la actividad culinaria hasta el propio uso de las cosas, están determinados por nuestra forma de ver las cosas.
El primer problema que pude observar en los estudios post-procesuales es la pluralidad de estudios que existen, lo cual, por un lado es enriquecedor, pero por otro lado, lleva a que existan diversos cuerpos teóricos, seguidos por grupos de autores o, incluso, que cada autor cree su propio cuerpo teórico. Lo que hay que destacar, como lo menciona el artículo de Soler, es que una gran parte de investigadores se disponen, para determinar el factor simbólico o cultural, a superar la materialidad (Soler, 2007; 43).
En primer lugar, deberíamos plantearnos qué significa superar la materialidad, quiero decir, si estos autores no se limitan al registro arqueológico, ¿hasta dónde pueden llegar? Para superar esta materialidad, los autores procesuales aplican lo que se puede determinar como una técnica textualista y contextualista, es decir, destacan que los paisajes y los objetos son entendidos según el contexto donde se encuentren y según quien los lea, aceptando que su lectura del paisaje no es la misma que tenía la sociedad del pasado, sin embargo, por lo que he podido observar leyendo el artículo de Felipe Criado (1997; 5-9), están conscientes de esta limitación, pero no les impide escribir el pasado como ellos lo comprenden, lo cual es entendible, porque todos los arqueólogos están influenciados por una corriente teórica al interpretar el registro, como lo hacía el marxismo al colocar como infraestructura la economía. Aunque estoy de acuerdo con la importancia del análisis del contexto y de la aceptación de que el bagaje interpretativo de cada arqueólogo influye en su forma de analizar el registro, considero que esta superación de la materialidad plantea un problema en las interpretaciones post-procesuales, que es el mismo aspecto que ellos criticaban a la arqueología “tradicional”, ya que, al igual que las corrientes que de esta disciplina divergen, como la arqueología del género o indígena, terminan siendo demasiado teóricas, constituyendo teorías que, en muchos casos, no han pasado un largo proceso de verificación y que, en otros casos, son muy difíciles de comprobar.
Un ejemplo de esto lo pude observar en la interpretación de una estela con cazoletas de la Edad del Bronce que apareció en la Bastida de la Totana, acerca de la cual los autores postprocesuales proponían la teoría de que la distribución de las cazoletas constituía una representación espacial, ideado por la población de este yacimiento, del territorio que los circundaba, es decir, de los otros poblados argáricos y los cursos de agua que se encontraban alrededor, con lo cual, los investigadores trataron de vincular cada una de las cazoletas a un poblado argárico. Sin embargo, ellos mismos aceptan no haber revisado la cronología de los poblados y por lo tanto, su contemporaneidad al poblado en cuestión, lo que se traduce en una hipótesis inválida, cuyos datos han sido forzados. (Ayala, Jiménez, 2005; 43-46).
También podemos ver otro ejemplo, aplicado a la arqueología del paisaje, en el estudio de Christopher Tilley sobre los menhires de Finestère, basándose en la percepción para interpretarlos de diversas formas, en primer lugar, como “Guardianes del agua”, fenómeno que surgiría como respuesta al incremento post-glacial del nivel del agua, sin tener en cuenta que no en todos los territorios donde existen menhires creció de la misma forma el nivel del mar y, además, estos mismos menhires los interpreta como una representación de las plantas, para ligar con la interpretación de otros menhires “con forma de hacha”, forma que según él sólo se puede observar desde cierto ángulo, como un reflejo del paso de la simple observación de la naturaleza que se puede contemplar en los menhires “con forma de planta” a la apropiación de la naturaleza por parte del hombre que, según él, reflejan los menhires “con forma de hacha” (Tilley, 2004; 38-86). Teorías que, como podemos ver, son tan generalistas como las que puede generar la arqueología “tradicional”. Por ello, pienso que en el planteamiento de sus teorías o hipótesis, deberían diferenciar entre lo que es una afirmación, lo que es una hipótesis y lo que son las elucubraciones, entendiendo la diferencia entre el planteamiento de una hipótesis, lo cual conlleva que existan datos sobre la cual proponerla y datos aún por verificar, y las elucubraciones, que son formulaciones que no poseen ninguna sustentación, ya que en muchos estudios presentan las hipótesis y las elucubraciones como una afirmación, cuando, como es el caso de las cazoletas, se tratan de elucubraciones.
El hecho de afirmar que buscan la superación de la materialidad pone en duda la propia utilidad de la arqueología como ciencia y de la información que podemos extraer a partir del registro arqueológico. Debería ser a partir de la propia materialidad, que está impregnada de cultura, y en la creación de nuevos métodos que extraigamos la información, tanto cultural como económica y social, tratando de explotar cada vez más el registro arqueológico. Además, en este proceso de superación de la materialidad a través del uso de la percepción, se llega al extremo de la conceptualización del paisaje, entendido como todo aquello concebido y leído por el hombre, aunque no haya sido modificado por él mismo, como lo es afirmado por Burel y Baudry: El concepto de paisaje implica la asociación de dos elementos, el espacio y la percepción (2002; 41). Este concepto de paisaje presenta muchos problemas, porque termina siendo paisaje toda la naturaleza, lo que es imposible de delimitar para realizar los estudios, dejando de ser funcional. Por ello, considero que es mucho más comprensible el concepto de paisaje “tradicional”, como un paisaje conformado por la interacción entre el hombre y la naturaleza, es decir, un paisaje modificado de forma antrópica.
En cuanto al aspecto de la explotación del territorio de forma económica, al contrario de lo que han hecho algunos autores del post-procesualismo como Christopher Tilley (2004; 38-86) realiza en su estudio, sobretodo, porque eligen sociedades anteriores al neolítico o sociedades que no han explotado el territorio de manera pronunciada y donde se puede incidir más en el aspecto cultural, considero que no se puede dejar de lado, ya que para poder obtener una visión holística de un paisaje o de una cultura, es necesario determinar cómo el ser humano influye sobre el medio, estructurándolo y explotándolo, y cómo esto modifica al propio medio, que a su vez tendrá una respuesta sobre la actividad humana, proceso que no deja de ser condicionado por la cultura. Por ello, la economía, que es entendida de diversas formas por los autores post-procesuales, ya sea como un elemento de la cultura, como lo señala el estructuralismo, o como un aspecto más del cual se puede extraer la serie de principios que constituyen la cultura, como lo señala Felipe Criado (1997; 8), es necesaria para entender los paisajes y los cambios que se producen en el mismo, de hecho, estos estudios son esenciales cuando nos encontramos delante de paisajes que han sido muy modificados por las diferentes sociedades, donde es muy útil entender el proceso de estructuración del territorio en términos económicos, para lo cual debemos usar los métodos de la geografía humanística, como el estudio de regresión en el territorio, y otras técnicas.
De igual forma, así como en los estudios post-procesuales se debe estudiar la economía, en las sociedades que explotan de forma más intensiva el territorio también se deben estudiar los aspectos culturales, ya que a lo largo del tiempo se ha hablado sobre esta diferenciación de sociedades poco y muy jerarquizadas y sobre lo que esto implica, como lo muestra el artículo “La arqueología del paisaje en la investigación paleolítica”, de Fernando Diez Martín (2007; 1-3). Los investigadores se han planteado cuestiones como ¿la sociedad paleolítica explotaba el territorio? ¿las sociedades más avanzadas poseen una visión únicamente economista del paisaje? En este sentido, creo que tanto las sociedades menos jerarquizadas como las muy jerarquizadas explotan el territorio y también están condicionadas por la cultura en todos los sentidos, sólo que de distintas formas, por ello, se deben desarrollar los métodos para estudiar los distintos casos.
Con respecto a la definición de la cultura como una serie de principios u ordenación, que se puede extraer de los diversos elementos, como la cultura material, la economía o la organización social, como lo destaca Felipe Criado (1997; 8), no estoy totalmente de acuerdo, porque parece que quisiera resumir la cultura de las sociedades en una especie de libro de normas o de definición, que considero que puede producir errores al tratar de simplificar lo que en realidad constituye la cultura de una sociedad, entendida en toda su extensión.
Por otro lado, pienso que los investigadores deberían de concentrarse en técnicas que, al contrario de superar la materialidad, nos ayuden a entenderla y a interpretarla, tales como, la antropología cultural y dentro de este campo, la etnoarqueología, técnica que ya era usada por la arqueología funcionalista y fue fomentada a partir de la arqueología contextual. Considero que si esta práctica o técnica es utilizada cuidadosamente, a través de la realización de paralelismos, nos pueden orientar sobre la diversidad de interpretaciones que se le puede dar a un objeto o a un yacimiento. Un ejemplo de esto, fue la aplicación de la etnoarqueología de comunidades indígenas en el Amazonas, para entender una especie de plancha de arcilla, que aparecía en los yacimientos. Gracias a la realización de este estudio, llegaron a concluir que probablemente se trataba de un objeto empleado en el tratamiento de la yuca, determinando que probablemente la agricultura vegetativa de la yuca era anterior a la de semillas, dato que fue verificado posteriormente a través de otros hallazgos (Vargas, 1981; 200-220). A pesar de las críticas que ya he mencionado, también existen innovaciones teóricas y metodológicas que han sido desarrolladas en el ámbito de la arqueología post-procesual y que son interesantes porque, precisamente, parten de la materialidad para determinar aspectos no materiales.
Me gustaría destacar, como innovación teórica, la importancia que se le da a la percepción. Es interesante porque, para poder entender un paisaje, en primer lugar, lo conceptualizamos. Christopher Tilley también aplicaba este método, el problema es que de su aplicación concluía teorías demasiado complejas como para ser verificadas sólo a través de la percepción. Pero hay trabajos sobre percepción que realmente son valiosos, uno de los cuales veremos en el siguiente post.
BINFORD, L. R., 1965. «Archaeological systematics and the study of culture process». American Antiquity, número 31, p. 205.
BUREL, F. BAUDRY, J., 2001. Ecología del paisaje: conceptos, métodos y aplicaciones. Traducción. Madrid: Ediciones Mundi-Prensa [Traducción: 2002], p. 200.
BUTZER, K., 1982. Arqueología, una ecología para el hombre: método y teoría para un enfoque contextual. Traducción. Barcelona: Edicions Bellaterra[Traducción: 1989], p. 10.
CRIADO BOADO, F., 1997. «Introduction, combining the different dimensions of cultural space, is a total archaeology of landscape possible?». A: Criado, F. Parcero, C. TAPA: Landscape, Heritage, Archaeology, número 2, pp. 5-9.
SOLER, J., 2007. «Redefiniendo el registro material. Implicaciones recientes desde la Arqueología del Paisaje Anglosajona». Trabajos de Prehistoria, vol. 64, Número 1, pp. 41-64.
TILLEY, C., 2004. The materiality of stone: Exploring in landscape phenomenology. Oxford: Berg, pp. 38-86. Vol. I.
· VARGAS, I. Investigaciones arqueológicas en Parmana: los sitios de la Gruta y Ronquín, Estado Guárico, Venezuela. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1981, 200-220.
DIEZ MARTÍN, F., 2007. «La arqueología del paisaje en la investigación paleolítica» [pdf]. Arqueoweb. Revista sobre Arqueología en Internet, número 9, <http://www.ucm.es/info/arqueoweb/pdf/9-2/diezmartin.pdf>. [Consulta: 15 enero 2014].
BINFORD, L. R., 1965. «Archaeological systematics and the study of culture process». American Antiquity, número 31, p. 205.
BUREL, F. BAUDRY, J., 2001. Ecología del paisaje: conceptos, métodos y aplicaciones. Traducción. Madrid: Ediciones Mundi-Prensa [Traducción: 2002], p. 200.
BUTZER, K., 1982. Arqueología, una ecología para el hombre: método y teoría para un enfoque contextual. Traducción. Barcelona: Edicions Bellaterra[Traducción: 1989], p. 10.
CRIADO BOADO, F., 1997. «Introduction, combining the different dimensions of cultural space, is a total archaeology of landscape possible?». A: Criado, F. Parcero, C. TAPA: Landscape, Heritage, Archaeology, número 2, pp. 5-9.
SOLER, J., 2007. «Redefiniendo el registro material. Implicaciones recientes desde la Arqueología del Paisaje Anglosajona». Trabajos de Prehistoria, vol. 64, Número 1, pp. 41-64.
TILLEY, C., 2004. The materiality of stone: Exploring in landscape phenomenology. Oxford: Berg, pp. 38-86. Vol. I.
· VARGAS, I. Investigaciones arqueológicas en Parmana: los sitios de la Gruta y Ronquín, Estado Guárico, Venezuela. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1981, 200-220.
DIEZ MARTÍN, F., 2007. «La arqueología del paisaje en la investigación paleolítica» [pdf]. Arqueoweb. Revista sobre Arqueología en Internet, número 9, <http://www.ucm.es/info/arqueoweb/pdf/9-2/diezmartin.pdf>. [Consulta: 15 enero 2014].
Muy Interesante..
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